El único sueño de las novelas y los poemarios es ser leídos, ser pasados de mano en mano, de labio en labio. Desde este pequeño rincón del mundo intento cumplir sueños. Lo que mejor sé hacer es contar historias, o al menos eso creo.
Hasta el momento he ganado el III Premio a la Creación Literaria Playa de Ákaba con la novela "Y la tierra se movió bajo ellos", también he participado en diversas antologías de relato y poesía, y en la revista de creación literaria Otras Palabras.
Gracias por acercaros a mi mundo.

lunes, 7 de noviembre de 2016

EL ENCUENTRO



Él la miró
como antes nadie la había mirado,
con los ojos limpios de la primera vez
y los tiznados por imágenes lejanas,
con la magia de los días venideros
y la costosa carga de todo el pasado,
con el deseo apretado entre los dientes.

La observó sin prisa,
sentada en aquel vagón repleto de gente ausente,
como se contemplan las obras de arte,
con distancia y detenimiento,
y por primera vez en su vida
pensó que podría ser ella.

Ella,
la que llenara cielos enteros
con una sola sonrisa,
la que remendara alas rotas
y enredara en su armario,
la que desmigara tentaciones
y le arrancara la piel a bocados.
Ella
que sin intención alguna
había cargado el mundo de sentido
mientras pasaba las páginas
de aquel Hamlet manoseado.

Él se fijó con interés
y pudo ver atardeceres dorados
resbalando por su pecho,
ecos de canciones lejanas
prendidas de sus besos,
y la caricia más dulce
huyendo de la suavidad de sus manos.

Quiso levantarse de un salto,
arribar a su orilla y leerle el pensamiento,
descifrar todos los enigmas ocultos
en la profundidad de sus pupilas
y gritar con fuerza:
“no dudes de mi amor las ansias” (*).
Pero el brillo de una alianza en el dedo de ella
lo derrotó sin opción al fulgor de la batalla,
lo dejó sin fuerzas para conseguir
todo aquello que en su mente había creado.
Y se quedó allí abatido, confuso,
perdido en la imposibilidad de aquel brillo dorado.

Ella lo miró por encima del libro
como antes nadie lo había mirado,
con los ojos listos tras el dolor de años
y los antiguos llenos de su recuerdo,
con las ansias repentinas de un futuro
y el peso de todos los ayeres compartidos,
con el deseo palpitante anidado en su vientre.

Lo observó sin prisa,
sentado frente a ella, distinto entre los otros,
como se contempla lo añorado,
con melancolía y pasión,
y por primera vez en tres años
pensó que podría ser él.

Él,
el que devolviera el batir de las olas
a su gran playa desierta,
el que cosiera dolores profundos
y llenara otra vez sus cajones,
el que trajera nuevas ansias
y recorriera su lastimada piel sin descanso.
Él
que sin hacer nada especial
había encendido una chispa en su interior
mientras permanecía inmóvil,
con la mirada perdida en la distancia.

Ella se fijó con interés
y pudo ver mil  noches de placer
enredadas en su pelo,
la fuerza de la marea
escondida en la tensión de sus brazos,
y la delicadeza más sutil
escapando de la calidez de sus labios.

Quiso levantarse de un salto
y repetirse a sí misma que su marido
había muerto hacía ya demasiado,
llegar a su lado y hacer que la mirara
para gritar con fuerza:
“no sabes qué enfermo está todo
aquí en mi corazón” (*).
Pero el miedo,
a unos ojos que parecían evitarla,
le arrebató el ánimo para afrontar sus dudas,
la dejó sin aliento para luchar
por todo aquello que tanto deseaba.
Y se quedó allí desolada, indecisa,
rota por la soledad que le imponía su cobardía.

Él se esforzó por no volver a mirarla
porque si lo hacía
ninguna alianza podría impedir
que anclara en la bahía de su cintura.

Ella pensó que había llegado el momento,
se quitó el anillo con disimulo
y lo guardó en su bolso,
esperando que él no lo hubiera visto.

El tren se detuvo
y ambos se pusieron en pie
uno junto al otro.
Sus cuerpos vibraron al sentir
un calor antiguo y cercano
mientras cruzaban las puertas
que se cerraron tras ellos.

(*) William Shakespiare. Hamlet.

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